Quinto día. Veintitrés de diciembre de 2016.
El quinto día empieza de resaca, un guayabo de libro fruto de los excesos de la noche anterior. Nuestra amiga americana nos despierta con enormes gafas de sol para que hagamos algo y así disfrutar de los paisajes cercanos que nos ofrece el pueblo.
Mi compañero nocturno, Zenno, no era capaz de levantarse, así que decidimos prestarle su bici a nuestra amiga y emprender un camino de aproximadamente una hora a través de las plantaciones de tabaco, que nos llevaría hasta “La Cueva del Silencio”.
Al pasar por las plantaciones los agricultores nos ofrecían puros, pero a un precio desorbitado, 3 CUC (3$) cada puro, un precio que nosotros intentábamos pagar por una cena, así que lo descartamos directamente.
El australiano era estudiante, y el italiano acababa de conseguir trabajo, por lo que su presupuesto era muy reducido, yo, a priori iba más desahogado, pero dos motivos me hacían ir con pies de plomo en el gasto, el primero era ir a la par con ellos y hacerlo todo juntos.
El segundo estaba más relacionado con mi idiotez, me había llevado como 550 CUC en efectivo para pasar 21 días en la isla, confiando en que podría sacar dinero en los cajeros, y si no, pedirle a un par de amigos que llegaban en los próximos días a la isla, que me trajesen dinero en efectivo y luego ya les haría el ingreso.
Pero yo, todavía no había probado si funcionaba o no mi tarjeta de crédito en los cajeros de Cuba, así que de momento iría low cost hasta asegurarme que podía extraer papeles pintados de las máquinas que los resguardaban.
James me dijo que si veíamos a otro agricultor que por favor le preguntase como se hace el proceso y demás del tabaco, así le compremos puros o no.
Seguimos el camino y encontré un gran caserón donde había un agricultor, le pregunté si nos podía explicar el proceso y nos dijo que por supuesto.
Nos sentamos dentro del caserío, que era el lugar dónde secaban el tabaco, y empezó la explicación, la situación fue muy cómica porque ni el agricultor sabía inglés, ni mis amigos español, así que me tocó como pude hacer de cutre traductor, papel que desempeñé en muchas ocasiones en la isla y que la verdad, me llevó a la siguiente reflexión:
Es cierto que la colonización/conquista fue mayoritariamente una auténtica masacre, preferiría que no hubiese pasado y no poder comunicarme con la gente de Cuba u otros lugares de Latinoamérica. Pero sin poder hacer nada al respecto, que suerte tengo de poder hablar español, y no sólo español, sino andaluz en este caso, para comunicarme perfectamente con cualquier persona de la isla, digo lo de andaluz, porque la forma de hablar cubana se asemeja mucho más a la andaluza y por ende comprendo mejor, que cualquier persona nacida más allá del muro de Despeñaperros.
Después de la explicación, en la que nos decía entre otras cosas, que el gobierno le compraba el 90% de su producción, y que el 10% restante lo utilizaban para vender a los turistas. Obviamente, el precio al que le compra el tabaco a granel el estado, y el que vende los puros ya hechos al turista tiene una diferencia abismal.
El agricultor nos ofreció puros a 3CUC, al igual que los encontrados anteriormente, pero después de un arduo regateo, nos dejó el paquete de 10 puros hecho a mano de forma natural, por 15 CUC (15$). Yo no tenía intención de comprar, ya que cualquier peso adicional a mi ajada bicicleta era una pésima idea, pero ellos se llevaron 10 puros cada uno.
Antes de salir, estuve un rato charlando con el agricultor ya no del tabaco, sino de la vida, me preguntó que hacía, a que me dedicaba, le expliqué el tema del software y él, allí sentado con su sombrero de paja, su cigarro en la boca y sus viejas y cómodas ropas para el trabajo en el campo, me dijo que era ingeniero informático. Esto es algo flipante de Cuba, cualquier persona, se dedique a lo que se dedique, probablemente haya estudiado en la universidad y tenga una carrera, otro ejemplo, la dueña y el señor que gestionaban la casa de citas eran ambos maestros.
Mientras charlábamos, nos invitaron a un trago típico que bebían, llevaba un poco de ron, limón, menta, azúcar y miel. Estaba riquísimo, la verdad que ayudó a bajar el Guayabo.
Seguimos el camino y en poco rato llegamos a la cueva, como cueva no era nada espectacular, pero sí tenía algo escondido en el fondo de la misma que fue una experiencia realmente increíble.
La cueva era totalmente oscura, un guía nos acompañaba hasta la entrada a “la piscina” de la cueva, un lugar dónde podías nadar en total oscuridad. Apagamos todas las luces y la sensación fue espectacular, según nos dijeron la piscina era de treinta metros, pero yo quería explorar los límites y nadamos más allá, íbamos nadando despacio explorando con las manos para ver si topábamos con el final. Si cerrabas los ojos o los dejabas abiertos, el resultado era exactamente el mismo, total oscuridad.
Seguimos investigando hasta que la piscina se convirtió en charco y ya estábamos en el quinto pino, y una vez allí, decidimos volver.
A la vuelta, James, al más puro estilo Cocodrilo Dandee ve una cuesta y coge velocidad con la bici para salvarla, con tan poca vista, que un cactus tumbado coronaba la misma, fue instantáneo, pinchazo y a andar de vuelta con la bici, era un paseo, no habíamos echado parches ni herramientas.
Al tener que andar una hora bajo el sol, cuando llegamos a casa, sin haber comido nada en todo el día se acostó malísimo, obviamente le dio una insolación.
En el trayecto de vuelta, yo ya probé a sacar dinero del cajero y todo fue bien, la verdad que era un completo alivio, mi viaje ya podría tener todos los percances que quisiera, pero al menos tenía la seguridad económica.
Luego, en el “súper mercado” donde comprábamos el ron, me pasó una cosa muy curiosa, que mejor que explicar, *prefiero que vean*, prestad atención también, a la regañina final de la cajera.
A la noche volvimos a hacer lo que mejor hacemos, beber. Fuimos a la casa de nuestra amiga donde montamos un mini botellón con unos paisanos suyos y de nuevo, como en el escrito anterior, hasta aquí puedo leer.
Publicado originalmente el 08/03/2017*