Segunda semana. Hechos acaecidos entre el dos y el ocho de marzo de 2015.

Tras la primera semana de aclimatación en Sudamérica en la que conocí a mucha gente y donde a pesar del enorme choque cultural disfruté de varias experiencias geniales y en definitiva, lo pasé realmente bien. Tenía que ocuparme de mi verdadero propósito: encontrar trabajo.

Y es que con la resaca de alegría del carnaval (muy diferente a la cruel y melancólica resaca alcohólica), se levantaba conmigo el lunes de mi segunda semana en Lima y su epíteto, la realidad. Ésta venía a ponerme en mi sitio, está muy bien eso de disfrutar y divertirse pero había sido demasiado laxo en la búsqueda activa de trabajo y eso lamentablemente, no cuadraba con mis objetivos.

Debía hacer algo más que simplemente postular y enviar CV por mail, por lo que decidí buscar ofertas donde además de poder postular, se facilitase la dirección para ir a una entrevista personal.

La verdad que fue bastante difícil ya que las webs de empleo tienen bastante controlado eso, intentan que no se cuele en la descripción de la oferta ni si quiera un correo electrónico, pero encontré una oferta para Coordinador de Calidad que citaba a los interesados en su sede, dando la dirección.

La oferta no era muy alentadora ya que no venía el nombre de la empresa, solo la dirección, los requisitos y descripción del puesto. Ya me habían comentado demasiados casos de empresas ficticias para fraudes y/o robos como para que no tuviese la mosca detrás de la oreja.

A pesar de todo, parecía la única oportunidad que iba a tener de hacer una entrevista en persona de manera directa, sin tener que esperar a que me llamasen, cosa que hasta el momento no había sucedido.

Me planeé un martes muy completo, por la mañana temprano iría a buscar la dirección de esta empresa y hacer la entrevista para ver como salía. Luego por la tarde quería volver a entrenar a la Universidad Pontificia, pero el entrenamiento no empezaba hasta las seis, así que tenía un gran tiempo muerto entre medias que, debido a la proximidad del lugar de la entrevista con el museo arqueológico, decidí que podría ser bueno invertirlo allí.

Me puse mis mejores galas y salí con ganas de hacer una gran entrevista, o de al menos saber por dónde irían los tiros en el mercado laboral peruano.

Compartí taxi con Benjamín, mi compañero de piso alemán, que nos dejó en su universidad, solo a unas cuadras de mi destino.

Empecé a caminar decidido, hasta que llegué al lugar donde debería encontrarse la oficina. El número de la calle que aparecía en la dirección que tenía apuntada, no existía. Me puse a preguntar a los lugareños si sabían de una empresa que estuviese haciendo entrevistas en esa calle. Nadie sabía nada. Yo no tenía el nombre de la empresa, ni un teléfono, dirección de email o cualquier dato de contacto. Seguí probando por las calles aledañas y preguntando a las personas que me encontraba cuando, de repente, me sucedió algo muy curioso a la espera de que un semáforo se pusiese en verde. Un coche se acercó y se paró a mi lado, la copiloto, una señora mayor me preguntó muy amablemente si sabía dónde quedaba la calle Andalucía. En cualquier otra situación no me hubiese parecido si quiere digno de mención, pero yo no encontraba mi destino, andaba perdido en un barrio de Lima totalmente desconocido para mí, y justo me preguntan a mí, dónde quedaba la calle de mi patria, de Andalucía. Amablemente le dije que no tenía ni idea y el coche siguió su destino. Es cierto que esta especie de paradoja me sacó una sonrisa en ese momento, en el que me hallaba bastante frustrado al no dar con el lugar de mi entrevista.

Tal y como tenía planeado, y con un par de horas extra debido al fracaso en mí búsqueda, me dirigí hacia el museo arqueológico.

No lo recordaré como el mejor museo en el que he estado, pero siempre se puede sacar algo interesante. En mi caso asenté la cronología de los pueblos que ocuparon el Perú hasta nuestros días, descubrí algo más sobre la ocupación española y sobre todo, acerca de la liberación e independencia peruana. Ante los muchos documentos que las diferentes salas mostraban, puse mi atención en una carta cuya autoría recaía en el General José de San Martín. Uno de los principales libertadores del Perú, junto con Simón Bolívar y Antonio José de Sucre.

Me pareció interesante esa carta, la transcribo aquí para que la conozcáis:

“Presencié la declaración de la independencia de los estados de Chile y el Perú; existe en mi poder el estandarte que trajo Pizarro para esclavizar al imperio de los Incas; y he dejado de ser hombre público. He aquí recompensados con usura diez años de revolución y guerra. Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos. La presencia de un militar afortunado (por más desprendimiento que tenga) es temible a los estados que de nuevo se constituyen. Por otra parte, ya estoy aburrido de oír decir que quiero hacerme soberano.

Sin embargo, siempre estaré pronto a hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de simple particular y no más. En cuanto a mi conducta pública, mis compatriotas (como en lo general de las cosas) dividirán sus opiniones. Los hijos de éstos darán el verdadero fallo. Peruanos, os dejo establecida la representación nacional. Si depositáis en ella una entera confianza, contad el triunfo; si no, la anarquía os va a devorar.

Que el acierto presida a vuestros destinos y que estos os colmen de felicidad y paz.”

Pueblo Libre, 20 de septiembre de 1822.

Después de salir del museo algo más culto y sobre todo menos preocupado por mi fracaso previo, me dirigí a entrenar un día más a las órdenes del profesor Gavidia, en la Universidad Pontifica.

Ese día estaba por allí un chico que no había conocido antes, su nombre era Frank. El entrenador nos colocó juntos y nos pusimos a jugar. Tenía buen toque, pero se le veía impreciso y fallón. En uno de los descansos me comentó que llevaba dos años sin jugar y que era el primer día que cogía la pala tras ese periodo. Me preguntó que me había llevado al Perú, a lo que le hice un resumen de la historia por todos conocida. Como a todo el mundo, le dije también lo que había estudiado, en mi caso nunca estaba de más exponer esa información, aún sin ser requerida por el interlocutor.

Continuamos jugando y entre punto y punto comenzó a hacerme preguntas sobre si en mis estudios o experiencia laboral había hecho tal o cuál cosa.

En el siguiente descanso me dijo que en su empresa estaban buscando un responsable de Calidad y Seguridad Ocupacional. Me dijo que le mandase lo antes posible un correo con mi CV, ya que esa semana estaba en Lima la encargada de recursos humanos, y en caso de gustarles mi hoja de vida, el viernes era el último día que pasaba esa chica allí. Yo le di las gracias, y lo primero que hice tras llegar por la noche a casa fue ponerle un correo con todos los datos que me había requerido.

El martes terminaba así, con un halo de esperanza nocturna ante la frustración matutina.

El día siguiente, miércoles, pasó con más pena que gloria en lo referente a mí búsqueda laboral, seguí postulando sin más, mandando mi CV a toda dirección de correo que encontraba, haciendo énfasis en una u otra faceta de mis estudios o experiencia, en función al cargo que optaba.

No obtuve respuesta de la empresa de Frank, pero bueno, no había que desanimarse, sólo había pasado un día.

Esa tarde me llamó mi compañero de piso, me preguntó que si me gustaba la literatura, contesté con un cauto sí, con la boca pequeña ante tan maña cuestión. Me dijo que esa noche había una presentación de un libro en un barrio “cercano”. Las distancias en ciudades como Lima siempre son muy relativas, pero en este caso, estaba como a media hora en transporte público.

El libro era la última novela de Alonso Cueto, según él un conocido escritor peruano, de nuevo me fié de su criterio y asistí. Era la primera vez que iba a la presentación de un libro, como no tenía ni idea de quién era el escritor, ni conocía a los que lo presentaban, ni sabía nada sobre su literatura no me pareció nada extraordinario. Pero ya que estaba allí, unido a que la temática de la novela parecía interesante y que ésta no llegaba a las 150 páginas, decidí comprármela y hacer la cola para que el «famoso» escritor me la firmase.

El día siguiente, jueves, empezó con muy buena noticia, la responsable de Recursos Humanos de la empresa de Frank, me mandó un mail diciendo lo siguiente:

“Estimado Sr. Víctor:

Gracias por su interés en formar parte de la familia V&C Corporation SAC. El Ing. Frank De la Cruz nos remitió su Curriculum Vitae, favor de enviar sus pretensiones salariales y su disponibilidad de asistir a una entrevista personal.

Cordialmente.”

Inmediatamente le contesté diciendo que tenía total disponibilidad para hacer la entrevista, es más, ya tenía cerrado mi primer viaje para el fin de semana con el grupo de gente que conocí la semana anterior, cosa que me hacía bastante ilusión y que no me gustaría perderme. Pero lo primero es lo primero y si la entrevista se tenía que hacer el viernes después de que saliese la furgoneta, pues se renunciaba al viaje y punto, si conseguía el trabajo ya tendría tiempo para viajar. En cuanto a las perspectivas salariales (que era una pregunta muy frecuente en todas las ofertas de empleo), yo siempre ponía el rango entre los 2000 soles (unos 650€) y los 3000 soles (unos 1000 €). Menos de los 2000 soles quizás mostrase demasiada ansiedad y subestimación personal, y por encima de los 3000, quizás se excedía lo que la empresa tenía presupuestado para el puesto.

El jueves pasaba y yo ansiaba la respuesta, Frank me dijo que la responsable de Recursos Humanos se iba de Lima al día siguiente, el viernes, yo esperaba su correo con la hora y lugar de encuentro para ese día, antes de que se fuese de la ciudad y perdiese la oportunidad.

Ese correo no llegaba, y yo, aún con la posibilidad de ser pesado, le volví a escribir.

No obtuve respuesta, y ya desesperado, decidí recurrir al número de móvil que encontré en el correo. Me puse en contacto con ella vía WhatsApp, ya que no respondía las llamadas, coloqué mi mejor foto de perfil, y por primera vez puse mi nombre real en esta aplicación (hasta ese momento era conocido como Henry Chinaski) .

Al rato me contestó, me dijo que lamentaba la tardanza en la contestación pero que estaba muy liada. También me comento que finalmente tendría que salir el viernes temprano de Lima y que no podríamos vernos. Que ya coordinaríamos la entrevista para hacerla por Skype la semana siguiente.

Como imagináis, esto me sentó como un jarro de agua fría, yo ya esperaba tener mi primera entrevista tras los fracasos anteriores, y nada. Ella se iba de la ciudad sin que nos viésemos, y bueno, quizás por cortesía se ofrecía a hacer la entrevista vía Skype, pero aquello no olía bien.

Terminé el jueves algo desanimado, pensado que, si  ni cuando es un contacto el que me facilita la entrevista la consigo, cómo me irá cuando no haya alguien siquiera que abogue por mí.

Esa noche el miedo al fracaso visitó mi alcoba, me asolaba la duda sobre si esta locura de irse sin trabajo a un país del quinto pino era realmente buena idea o me había pasado de listo creyendo que estaba en Hollywood. Los fantasmas del futuro no se quisieron perder la fiesta y se me venía a la mente la imagen de mí mismo el 21 de mayo, volviendo con una mano detrás y otra delante a España, con un fracaso marcado a fuego en mi frente, es cierto que llevaba apenas dos semanas, pero sinceramente creía que iba a hacer la entrevista, la tenía tan cerca que el palo fue mayor. Incluso aunque no hubiese ido bien, solo por el mero hecho de avanzar y hacer la primera entrevista para mí era muy importante, era la forma de romper el hielo.

Cuando al día siguiente, viernes, se lo comenté a la gente con la que viajaba, me animaron, quizás fui demasiado duro conmigo mismo, todo el mundo seguía pensado que lo conseguiría y yo obviamente no iba a ser menos.

No hay mal que por bien no venga y, sin entrevista, pude ir tranquilamente a mi primer viaje por el Perú, el destino era la Reserva Nacional de Paracas.

Tras pasar casi dos horas sólo para salir de Lima, y cuatro para recorrer los apenas 250 Km que separan Lima de Paracas, llegamos al pueblo con la sorpresa de que hay fiestas en el lugar, cosa que aprovechamos para disfrutar de la noche tirados en la playa. Al llegar al hostal, justo antes de ir a dormir, vi a una chica por los pasillos y, no sé si por los daños que está dejando en mi cerebro la adicción al programa de la APM o porqué razón, totalmente al azar le solté un Bona Nit. Esto, teniendo en cuenta que me encontraba en un pueblo de Perú, a 250 Km de la capital, en la mayoría de los casos hubiese terminado con una mirada de indiferencia de la chica y ya está. Cuál fue mi sorpresa cuando la chica se queda parada, algo anonadada y me pregunta en catalán, que si hablaba este idioma. Yo que del Homo APM no sé salir, le dije que no, que era cordobés, y que había sido fruto del azar, como le podría haber dicho Agur, Dobranoc o buenas noches simplemente. Ella me dijo que llevaba tiempo fuera de Catalunya y que escuchar algo en catalán le hizo ilusión, cosa que me alegró, nos deseamos las buenas noches en castellano y me fui a la cama con una sonrisa en la cara y una anécdota más que contar.

Al día siguiente temprano salía nuestro barco hacía las Islas Ballesta, los horarios peruanos eran siempre muy laxos, por lo que no me preocupé mucho de ir con unos minutos de retraso. Pero un: “Víctor, que nos vamos pero literal eh” mientras me lavaba los dientes me devolvió a la realidad y a toda prisa conseguí alcanzarlos.

La visita a las Islas Ballestas consistía en un paseo en barca con una agradable brisa que paliaba el calor, rodeando el hábitat natural de leones marinos y pingüinos. Si, pingüinos que viven en clima cálido, en concreto se trata de los Pingüinos de Humbolt, especie que yo ya conocía gracias a los documentales que veía de forma residual después de uno de mi programas favoritos de la parrilla televisiva.

Después de esto iríamos a la Reserva Nacional de Paracas, donde disfrutaríamos de un día de playa en un entorno natural espectacular.

En la noche del sábado, tras volver de la playa y de ver un fresco pero bonito atardecer en el desierto. Salimos a cenar a una pizzería del pueblo, en mitad de la cena, mientras salíamos a fumar un cigarro, sucedió una cosa que fue determinante para que aquella noche fuese una de las más inverosímiles de mi vida.

Mientras fumábamos y charlábamos, vimos como dos elegantes marinos de punta en blanco, nunca mejor dicho, se acercaban a una de nuestras amigas para decirle que acababan de llegar de estar seis meses en alta mar, y que esa noche tenían la fiesta de recepción de llegada a puerto, que iban a hacer una fiesta solo para ellos, con bebida y comida gratis en un hotel enorme, y que si querían ir. Ella le dijo que habían venido con nosotros y con más amigos y que además no llevábamos ropa para la ocasión. Él le dijo que ellas iban perfectas, y que llamaría a su superior para ver si podían ir también los chicos a pesar de estar en pantalón corto y ropa deportiva.

Total que se intercambiaron los números para estar en contacto y ver si finalmente íbamos a no a la recepción.

El marino al poco tiempo le escribió a mi amiga diciendo que no había problema por nosotros, que estábamos todos invitados. Nos esperaban en la fiesta.

Desde ahí, la noche fue un constante dilema sobre si ir o no a la recepción, para ser totalmente sincero, al principio la idea no me hacia ninguna gracia, ir a un lugar donde cientos de hombres llevaban seis meses sin pisar puerto. No era el único que no estaba convencido, por lo que el ambiente general parecía determinar que no asistiríamos a la fiesta.

Tras alguna que otra copa en la plaza del pueblo, y varios SMS del marino a mi amiga, la cosa empezó a cambiar de color, y el asistir a la fiesta no era ya una idea tan descabellada. En la fiesta había bebida gratis, música y comida. Quizás no estuviese tan mal. Por lo que al final decidimos ir a la recepción. Antes de partir pasamos por el hostal, y de nuevo en los pasillos me encuentro a esta chica catalana, estaba con un chico argentino y ya se iban a ir a dormir. Les comenté lo que nos había pasado y les dije que si se querían venir, total, dos más que menos no se iba a notar. Ellos, aventureros natos, no lo dudaron y dijeron que sí. Total que allí íbamos todos a la recepción de los marinos. Al llegar, descubrimos que el hotel además de enorme, era increíblemente lujoso. El marino sale a buscarnos por la puerta de atrás y nos dirige a todos hacia la fiesta. De camino pasamos por la piscina del hotel, de estas que son más como un lago, con puentes y bares de por medio.

Ya se veían las luces de la fiesta que, ni más ni menos, estaba en una plataforma en mitad del mar a la que se accedía únicamente por un muelle. Poco a poco nos dábamos cuenta de que había sido una gran idea asistir. Parecía que estaban esperando nuestra llegada porque nos recibieron con bandejas de ron con Coca-Cola, y otras de pequeños sándwiches. Definitivamente habíamos acertado, estábamos en una recepción de la marina peruana con bebida y comida gratis.

La fiesta estaba un poco parada la verdad, pero en poco tiempo conseguimos animarla. Las chicas tenían que deshacerse como podían del sano acoso al que le asediaban los marinos en busca de pareja de baile y para sorpresa de los chicos, también había alguna que otra marina.

Ellas nos sacaron a bailar a todos, y nosotros aceptamos de buen grado. La incompatibilidad de caracteres era insalvable, pero disfrutamos de la experiencia de bailar con las componentes del cuerpo de la marina.

La fiesta estaba cada vez mejor, cada cual bailaba con quién le apetecía, y el grupo de españoles/as que estábamos allí marcábamos la diferencia. Pronto se acabó el ron, y algunos sin importarnos mucho decidimos innovar tomando pisco (licor típico del Perú) con Inka cola (refresco típico también) con sabor a chicle Boomer. La mezcla era insólita, pero bueno, más sabrosa de lo que podía parecer a priori.

Poco a poco los marinos se iban yendo, los últimos formaron filas tras la orden de su superior y también se marcharon, no sin antes darnos las gracias por nuestra presencia en la fiesta. Terminamos poniendo las canciones que quisimos ya que el disc-jockey también se fue. Llegó un momento en el que nos quedamos solos y se acabó hasta el brebaje a base de pisco, por lo que sabiamente, decidimos abandonar el lugar. Tal y como antes comenté, para llegar a la fiesta había que pasar por la enorme piscina del lujoso hotel, por lo que al salir, debíamos recorrer el mismo camino.

No sé que misteriosa atracción tiene el ser humano cuando esta ebrio con las piscinas ajenas, pero irremediablemente nos quedamos en ropa interior y con la discreción brillando por su ausencia, asaltamos tan mansa masa de agua a las altas horas de la madrugada en las que nos encontrábamos. La oscuridad no dejaba ver el fondo, y los más impetuosos dimos con nuestras rodillas de bruces en los apenas 30 cm de profundidad en el lugar de nuestro salto. No dolía nada, estábamos disfrutando de un baño en una lujosa piscina de un hotel ajeno. Con el ruido que hacíamos era muy sorprendente que nadie aún nos hubiese llamado la atención. Nosotros, aún conscientes de este hecho, no teníamos prisa en abandonar la piscina, y es que claro, que gracia tiene el baño prohibido si no nos terminan echando.

Por esto, a la media hora, muy educadamente, nos preguntaron si éramos del hotel, y ahí empezó la huida, llamaron al responsable que nos echó la bronca diciendo que como nos habíamos colado, que ahí no podíamos estar, etc… Nosotros alegamos que fuimos a la fiesta de recepción y que por tanto no nos habíamos colado, y que al ver la piscina, nos bañamos. La cosa quedó ahí, nos invitaron a marcharnos por donde habíamos venido y ya.

A la vuelta al hostal comentamos una y mil veces que tomamos la decisión correcta, y la verdad así fue, pasamos una noche inolvidable gracias a que decidimos decir que sí. No seré yo el que promueva la respuesta afirmativa ante cualquier invitación a una fiesta, solo diré que estadísticamente, casi siempre es un acierto aceptar.

Una de las cosas que más me impactaba era la casualidad que había llevado a la chica catalana (recuerden la casualidad de la noche anterior que hizo que hoy ya la conociésemos) y al chico argentino a la recepción. Ellos ya se iban a dormir, cuando un amigo y yo llegamos y los invitamos a una fiesta de marinos. Ambos estaban viajando por Sudamérica, con espíritu aventurero, dijeron que sí al instante porqué sabían que seguramente saldría bien. Y estas, entre muchas otras, son las cosas que enriquecen sus viajes.

Al día siguiente también nos despertamos pronto ya que nos esperaba un paseo en buggies por el desierto, la experiencia del sandboarding, y para mí lo más bonito del viaje, el oasis de Huacachina.

El trayecto con el Buggy a través de las dunas del desierto fue una experiencia muy emocionante, algo parecido aunque en menor escala, a la sensación de subir en una montaña rusa.

El sandboarding no estuvo mal, pero creo que si no eres capaz de conseguir bajar la duna encima de la tabla de pie, la experiencia no llega a ser total.

La imagen más impactante del viaje se reservó para el final, encima de una duna se vislumbraba alrededor del desierto, un enorme oasis, rodeado de palmeras y vegetación. Era exactamente la imagen que mi cerebro creaba cuando escuchaba esa palabra, parecía sacado de un pensamiento, en vez de ser totalmente real.

Con esta bonita imagen terminaba el viaje, la semana terminaría unas horas después, al llegar de nuevo a Lima. Había pasado un fin de semana genial, había conectado muy bien con tod@s mis compañer@s y a pesar de llevar solo dos semanas, ya me sentía parte del grupo, parte de la familia que se forma entre los que tienen a la suya muy lejos.

Aquí acaba esta entrega, con un dulce final a una semana amarga, pero una nueva semana empezará, y quizás del fracaso llegue la oportunidad.

Publicado originalmente el 15/05/2015*

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