Terminas tu carrera universitaria.

Qué divertido fue,

menos mal,

si no, de poco te servirá.

Hola mercado laboral,

perdón, hasta luego,

ya te volveré a visitar.

Comienzas una maestría,

qué ilusión, qué alegría,

obtienes un contrato,

de prácticas,

sólo para un rato.

Trabajas duro, con emoción,

ves cerca la emancipación.

No sueñes, es imposible,

contratarte no le es factible.

Te adoran pero,

otro se sentará en tu silla ahora.

Y de nuevo comienza el ciclo,

de la pescadilla que se muerde la cola.

Así he decidido comenzar caminando por Sudamérica, con una licencia poética de verso libre, que echará a temblar a cualquier mínimo aficionado a la poesía, pero que resume muy bien uno de los motivos por el que decidí empezar esta aventura y que sin duda es fiel reflejo de la situación de muchos jóvenes en este país.

Este motivo fue clave para que tomase la decisión pero no el más importante. El más importante sin duda fue el ansia de conocer más y más mundo. El de vivir alguna gran experiencia más antes de asentarme de manera definitiva en algún lugar. El de conocer esa otra patria que tenemos los españoles y de la que tan sesgada visión nos llega. El de pisar ese suelo y ver de primera mano que hay allí, y como funciona todo aquello.

Luego hay otro motivo menor, pero no por ello indigno de mención, y es que siempre he vivido bajo el paraguas de una familia estupenda, donde nunca me ha faltado de nada, con un grupo de amigos que siempre han estado ahí y esto es genial, por eso digo que este motivo es menor, pero es cierto que me gustaría probarme como persona más allá del abrigo de mi familia y amigos, ver hasta dónde puedo llegar, hasta donde puedo desarrollarme sin más ayuda que mis capacidades individuales. Y esto es un reto que he decido aceptar y que estoy seguro que me valdrá para mucho en el futuro.

Después de exponer los motivos generales de mi partida, concretamos los motivos que me llevaron al Perú. Aquí, lamentable o afortunadamente no tengo ni de lejos la misma contundencia con la que he expuesto los motivos anteriormente. Es cierto que según dicen los datos, el desarrollo de países como Chile, Perú o Ecuador es más que evidente, pero en este aspecto, Chile gana casi por goleada por lo que el sentido común me hubiese llevado allí, incluso en Santiago tenía gente conocida y probablemente más posibilidades laborales. Pero no sé, hay algo que me atrae del Perú y no podría decir qué. Por si me despejaban alguna duda, marché a la ciudad que baña el río Betis y pase una mañana entre el consulado de Ecuador y el de Perú, muy amables ambos sí, pero sin más, pocas dudas pudieron despejar.

Así que decidí que tenía que comprar el vuelo ya, perdía demasiado rato al día pensando en cuál sería mi destino, y llegue a atisbar alguna sombra de duda sobre si todo esto era buena idea. Por lo que para que ese sentimiento no volviese más a mi cabeza y a pesar de que no conocía a nadie allí y sin apenas saber de su capital, Lima, decidí comprar el pasaje de avión hacia Perú, el lugar donde algo no tangible parecía quererme llevar.

Esto fue un cambio exponencial, ya que dejar de pensar en cuál sería mi destino para centrarme en Lima, empezar a poner el foco en los requisitos para ir (apostillas, certificado de antecedentes penales, vacunas etc…) y además, a buscar a alguien de allí que me pueda dar información veraz sobre gastos, empleo, y en general, la vida allí.

Un buen amigo me dio el contacto de un chico alemán que conoció durante su ERASMUS y que ahora vive en Lima, Benjamín, este chico ha sido el que me ha orientado en todos los aspectos y aunque aún no lo conozco personalmente, su ayuda ha sido fundamental en el proceso.

La casualidad quiso que durante todo este tiempo, en el piso donde este chico alemán vivía se quedase una habitación libre, y bueno, tras negociar con el casero vía Whatsapp y convencerle de que a pesar de español soy honesto y responsable, me reservará la habitación hasta que llegue a Lima.

Parecía que el tema de mi residencia ya iba a estar claro y era un asunto menos del que ocuparme, pero aún quedaba una pequeña turbulencia al respecto.

Tras reunirme con un par de amigos que estuvieron allí viviendo un tiempo e indagar por los foros de españoles en Lima, descubrí que una de las mayores dificultades para los inmigrantes era la obtención del dichoso carnet de extranjería (familiarizaros con el término porque estoy seguro de que traerá cola). Todo el mundo me decía que era difícil conseguirlo ya que para ello, la empresa que te contratase tenía que hacerte un contrato de al menos un año de duración para que puedas regularizar tu situación y trabajar de manera legal. Es decir, que el primer contrato que tenga en Perú debe de ser de un año, y claro, las empresas son reacias a contratar un año a alguien que no conocen y además la obtención del carnet de extranjería después de conseguir el contrato de un año, es un proceso burocrático muy lento que muchas empresas prefieren no esperar.

Todo esto sinceramente hizo que me viniese un poco abajo, pero bueno, nadie dijo que fuese fácil y mientras mayor es la dificultad del reto, mayor es la satisfacción personal que genera su consecución. También hizo que cambiase un poco mi misión, y aunque no dejaré de buscar trabajos ligados a mis estudios, también estudiaré cualquier otro oficio, al menos para conseguir mi primer objetivo que es el carnet de extranjería.

Por este motivo llamé a la puerta de una oferta para trabajar en el norte de Perú, concretamente en Máncora un lugar de clima tropical y playas paradisíacas, iba a trabajar en la recepción de un hotel allí, y por lo tanto obtendría mi carnet de extranjería nada más llegar y luego ya podría moverme a Lima y empezar a buscar un trabajo más específico.

Incluso llegué a realizar la entrevista por Skype, conseguí el trabajo y estuve varios días pensándomelo, me pagaban poco más de 300€ (1000 Soles) de los que 500 Soles iban solo para el alquiler y solo me daban de comer, es decir, que era un sueldo para sobrevivir bajo duras penas, iba a trabajar 6 días a la semana, después de llegar a Lima, tenía que coger un bus 16 horas que me llevase al norte con todas mis maletas y ya perdía la posibilidad de vivir en el piso con Benjamin vaya que no se muy bien ni porqué siquiera se me pasó por la cabeza aceptar, al final la lógica me hizo rechazarlo amablemente.

Ya de nuevo volvía a tener claro mi destino, mi habitación en Barranco, y aunque el carnet de extranjería fuese difícil siempre podría trabajar de recepcionista en un hotel en Lima, o eso pensaba yo.

Las últimas semanas fueron todas de preparativos y despedidas, volví a la ciudad bañada por el Betis varias veces para trámites administrativos, las despedidas fueron muy divertidas a pesar de que nunca me gustaron (nunca supe cómo gestionar una despedida ya que mi cerebro no es capaz de entristecerse por un sentimiento futuro, es decir, en el momento de la despedida no echas de menos a nadie, no es hasta un tiempo después cuando la nostalgia por tus seres queridos llega).

El único contra que tuve con mi decisión es la tristeza de la familia al partir, eso te parte el alma y te hace replantear si merece la pena todo este alboroto para dejar a parte de tu familia con esa pena, desde luego, con diferencia es el aspecto más negativo de todo este proceso previo a mi viaje.

Tras todas las despedidas, marcho a Madrid para hacer escala y visitar a unos buenos amigos por allí. Salimos a tomar alguna copa pero el pie estaba levantado del acelerador, no podría siquiera haber una ínfima posibilidad de que perdiese mi vuelo, así que queda una cuenta pendiente por la capital.

Al día siguiente, el veintidós de febrero de dos mil quince (día de mi vuelo), preparo un ejército de bocadillos por las malas experiencias de la comida en los aviones, lleno mi ebook con libros y mi móvil con podcasts, y tras facturar y todas las movidas del aeropuerto, llego a la puerta de embarque, ya estaba el cartel de Lima en la pantalla, la sensación era de algunos nervios pero sin mucha importancia.

La situación cambió drásticamente cuando la azafata encendió el micrófono y avisó a los pasajeros de que iba a empezar el embarque, todas las sensaciones de despedidas que mi cerebro no había catalogado como tristes estallaron como una bomba de lágrimas en mi cara y me puse a llorar como un niño pequeño, escribí a mucha gente, llamé a mi familia y a algún amigo mientras los priority embarcaban y eso me tranquilizó, aún hoy, mientras escribo estas palabras me emociono cuando recuerdo esa sensación.

Después del vaivén de emociones subo al avión, donde comenzaba mi aventura. Pensé en todo lo que había experimentado ya hasta este momento  y esto no había hecho más que empezar, ¿qué me esperará al otro lado del Atlántico?

Entrada original publicada el 26/03/2015

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