Primera semana. Hechos acaecidos entre el veintidós de febrero de 2015 y el uno de marzo de 2015.

Aterriza mi avión, llego a la costa del Pacífico, territorio de la República del Perú.

Lo primero que me impresionó fue la bocanada de humedad bochornosa del verano limeño que me golpeó al salir del avión, nada que ver con el seco frío de Madrid con el que embarqué 13 horas antes. Esto en lo referente a las sensaciones físicas, las emocionales estaban cargadas de unos nervios e intranquilidad permanentes.

Mientras esperaba las maletas y hablaba con mi familia para que supiesen que había llegado bien, la soledad me impactó, no me preocupaba mucho la verdad, pero ver al resto de pasajeros esperando sus maletas acompañados de familia y/o amigos y que yo estuviese allí plantado, solo, sin nadie con quien compartir un mero comentario no era una sensación grata.

Con mi equipaje en mano salí por la puerta y llegué donde la gente recoge a los recién llegados con esos cartelitos de tipografía a veces más que precaria. Y ahí empezó el caos, al menos el caos para un europeito como yo acostumbrado a nuestros aeropuertos, donde no hay un ejército de vendedores alrededor ofreciéndote constantemente chicles y snacks, donde no parece que haya decenas de personas sospechosas de querer robarte las maletas, donde los aeropuertos no están en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad, donde no tenemos prejuicios y estamos cómodos. La mayor parte de mi intranquilidad venía del choque cultural y de mis prejuicios, pero ahí estaba.

Tras llamar en una cabina a mi casero para avisarle de que llegaría en un rato, busqué una compañía de taxis seguros que me recomendaron, palabra que hasta ahora era un epíteto de taxi para mí, pero que a partir de aquel momento escuché mucho.

La primera conversación en persona que tuve en Perú fue con el taxista, y su primera frase no la olvidaré jamás, “echa el pestillo que por esta zona hay asaltos” obviamente puse el pestillo, me cagué y seguimos, las primeras sensaciones de la ciudad no fueron nada buenas, ese comentario unido al barrio dónde transitábamos en ese momento no daban mucha seguridad.

La cosa fue cambiando conforme llegamos a Miraflores, el barrio exclusivo de la ciudad, donde la mayoría de la colonia española vive, pero mi destino era Barranco, el barrio que linda al sur con Miraflores, donde Benjamín, mi compi alemán y el casero me esperaban.

Llegué a la casa y me pareció preciosa la verdad, tiene un patio muy bonito, un salón al estilo victoriano  algo recargado pero muy interesante, plagado de cuadros y con un piano.

Elías, mi casero, me hizo una de las entrevistas más largas que me han hecho nunca, desconfiaba tanto de los españoles que quería tenerlo todo atado, es más, me pidió si le pagaba en ese mismo momento, pero le dije que al día siguiente ya le pagaba tranquilamente. Me contó demasiadas cosas sobre él, un hombre muy místico y espiritual, muy creyente también, dice que en el mundo vivimos en la tercera etapa de las siete que hay en  nuestro proceso de desarrollo vital como especie, y que por ello hay aún gente que practica el mal y ocurren catástrofes. Así que ya sabemos porque aún los obispos abusan de los niños.

La conversación no me disgustaba, pero tras 13 horas de avión, tenía otras prioridades de las que ocuparme, así que amablemente le dije que me disculpase pero que quería de una vez llegar a mi cuarto. Al fin llegué, Benjamín me recibió y me enseño la casa, un buen cuarto y lo mejor la terraza, dije: “menuda casa”, hice bien en confiar en el criterio de este alemán.

Me presenté a mis otros compañeros, una pareja australiano-peruana, así que se cerraba conmigo los habitantes del piso. Un cordobés, un alemán, un australiano y una peruana, parece la formación perfecta para iniciar un chiste, pero casi siempre la realidad supera a la ficción y allí estábamos los cuatro.

Terminó mi viaje y al fin podía descansar, al día siguiente me esperaba un país del que apenas sabía nada y la emoción me embargaba.

Lo primero que hice al amanecer fue ir al cajero para poder pagarle al casero y que dejase de desconfiar de los españoles, obviamente busqué uno cerrado con guardia (esto con los días ya se me pasó y ahora saco en cualquiera mientras la zona me parezca segura), lo encontré justo enfrente de casa pero ninguna de mis tres tarjetas me funcionó. Me asusté un poco pero bueno, pensé que ese banco no me daría plata y ya. Busque otro diferente y volví a probar, de nuevo ninguna de las tres funcionaba. Ahí ya me cagué. ¿Cómo le explicaba a Elías que no funcionaban los cajeros con mi tarjeta y que ya vería cuándo le podría pagar? Después de la charla que me dio sobre su desconfianza hacia los españoles… Intenté que no pandiera el cúnico y busqué otro cajero. Afortunadamente este se portó y me dio la plata, asunto cerrado.

Ya con dinero fui al supermercado, bueno, siempre la primera vez que entras a un supermercado extranjero con diferente moneda es toda una experiencia, y además si te encuentras cosas como esta:

”El jugo de estos limones no se puede comparar con el de la lima que consumimos en España”

Aparte de esto, el vaivén de precios en comparación con España me dejo algo desconcertado al principio. Haré un pequeño resumen de lo que os podéis encontrar en los supermercados peruanos.

Productos de aseo personal (muy caros):

  • El gel más barato de 700 ml en torno a los 7€; los champús, más caros aún; desodorante mínimo, 4€; espuma de afeitar de 300 ml, 8€.

Comida (depende):

  • Las frutas y verduras son muy baratas y además se puede encontrar una variedad enorme, y productos que en mi vida había visto, raras fusiones que parecen sacadas de un huerto de locos.

”Aparte del colorido de los Mangos, a la derecha se puede apreciar estás mezclas más propias de Sci-Fi que de un huerto”

  • En la Carne no encontré mucha diferencia con España, pero parecía menor calidad por el mismo precio.
  • El pan es barato, algo más que en España pero apenas.
  • El queso es un producto cuasi prohibitivo, un paquete de 8 loncha de la marca más barata cuesta 2€; si lo quieres cortado en tacos, 250 g de una calidad normal se van hasta los 5 o 6 euros como mínimo.

Los productos son de uno de los supermercados más baratos de Lima, que conste.

Tras la pequeña aventura, tenía cita para pagarle al casero y comer con él. Me invitó a uno de sus restaurantes, un antiguo vagón de principios del siglo XX convertido a buffet, muy bonito por cierto, comida exclusivamente vegetariana por salud y convencimiento personal, de nuevo me volvió a contar muchas historias. Entre otras la de cuando realizó un periodo de austeridad sexual total (incluido el onanismo). No fue realmente agradable pero ahí quedó. Como veis este hombre es cuando menos peculiar, capaz de esto y a continuación tranquilamente ofrecerme una bici que había en el condominio (el lugar donde se encontraba mi piso, que albergaba dos edificios) y que nadie usa. Para mí fue importantísimo, la afición que me inculcó mi padre desde chico en el uso de la bicicleta hace que una de las prioridades cuando llego a algún lugar, sea averiguarme una bici. Me da una sensación de satisfacción, libertad e independencia difícilmente descriptible.

Él ya sabía que yo había llegado a Lima a buscar un trabajo relacionado con mis estudios. Mientras lo encontraba, me ofreció trabajar en ese restaurante a part-time durante el día y por la noche en una de sus posadas, cobraría alrededor de 80 Soles por día trabajando en ambos sitios, no llegué a saber cuántos días a la semana ya que amablemente le dije que mi prioridad era encontrar un empleo relacionado con mi carrera. Aun así me daba trabajo y no muy mal pagado para los salarios que hay en el Perú, por lo que es de agradecer.

Después de la comida, cogí por primera vez el metropolitano dirección a Miraflores, curiosamente la parada que quedaba al lado de mi casa se llama Bulevar, por lo que era imposible no acordarme del mejor bar de Córdoba y sus parroquianos cada vez que usaba este transporte.

Cuando me dicen metropolitano, pensé en un metro al uso como conocemos en España, pero nada más lejos de la realidad: es un bus que circula por la superficie pero al que le han reservado un carril sólo para él, por lo que a pesar de no ser lo que esperaba, es un sistema de transporte rápido y masificado (casi igual que el metro finalmente).

Mi destino era Benavides, una de las paradas de Miraflores, el barrio exclusivo por excelencia de la ciudad, visité el parque Kennedy, un jardincito muy cuco donde la gente alimenta a los abundantes gatos que lo pueblan y se toma fotos con ellos. Luego fui al Larcomar, un centro comercial al aire libre en el malecón de Miraflores, muy bonito sinceramente, pero con tiendas extremadamente caras, mucho más que en España al menos para la ropa . Muestra inequívoca de la desigualdad social que existe en Perú.

Volví a casa y por la noche salí con Benjamín a tomar una chela (cerveza) al lado de casa, me llevó al que para mí es el mejor bareto en Barranco para tomar una birras tranquilamente, el Juanitos´Bar. Un lugar muy auténtico donde reinaban en la pared las caricaturas de los dueños, que además podías verlos a diario trabajando allí y comparar el paso del tiempo en sus rostros.

Siempre he pensado que los mejores bares son aquellos que los dueños no dejan de regentar, tienen un toque personal y un cuidado especial que se pierde con su ausencia. Además de las caricaturas, la pared estaba empapelada con carteles de conciertos, ferias, eventos y etc… El precio de la chela era de 5 soles por un “Chop” de cerveza, aproximadamente medio litro, muy barato en comparación con la mayoría de lugares donde un tercio te sale aproximadamente por 9 soles. Los pisco sour, bebida típica del Perú hecha con pisco (licor Peruano), azúcar, zumo de limón, clara de huevo y unas gotitas de amargor de Angostura, eran deliciosos en ese bar, y muy económicos también. Por todos estos motivos se convirtió en mi bar preferido. Aquí acabó el lunes.

El martes había quedado por la mañana en el bar que regentaba un español en Miraflores y buscaba meseros (camareros), pensé que quizás siendo compatriota me pagaría algo más de lo que me ofrecía mi casero y además podría obtener el carnet de extranjería. Las direcciones en el Perú son complicadas, al menos para mí, tanto es así que no di con el restaurante y volví a casa. Realmente no estaba muy convencido de trabajar de mesero, creo que eso ayudó a que no diese con la dirección.

Ya lo había pensado, pero esto ayudó a decidir que no había ido hasta el Perú a trabajar como mesero, que mi objetivo era encontrar un empleo relacionado con mis estudios y que me gustase, no iba a perder el tiempo ni las ganas en otra cosa, y que el carné de extranjería lo conseguiría cuando obtuviese mi trabajo, que no habría problemas. Esto fue un paso importante.

Esa tarde bajé por primera vez a la playa. Mi casa da justo a la bajada de baños, que se podría decir que es como llaman al acceso que lleva a la playa. Es un camino precioso, y aunque luego las playas sean muy reguleras, sólo el paseo merece la pena. Una vez abajo, empecé a correr por el “paseo marítimo” hasta el barrio colindante al sur, Chorrillos, un lugar de pescadores, lo de correr no solo fue por hacer deporte, me siento seguro conociendo una ciudad corriendo, no llevo más que las llaves encima, y a cualquier mínima perturbación a mi comodidad solo he de acelerar. Siempre confié mucho en mi velocidad.

A la vuelta me encuentro a mi pata (colega) Australiano viendo la Champions en casa, teníamos televisión por cable y yo sin saberlo, era extraño ver la liga Europea a la hora de comer, pero fue la forma de conocer a mi compi y ver que teníamos una afición común, el fútbol. Me comentó que él era Gunner (seguidor del Arsenal) y yo le dije que era del Córdoba. Tras explicarle que era eso, hablamos un poco más y descubrí que era de esas personas con las que sí se puede debatir sobre fútbol con sensatez.

Me invitó a jugar con él y unos conocidos suyos a fútbol siete al día siguiente, yo encantado acepté.

El miércoles empecé mandando CV y postulando a todas las ofertas que mi compi peruana me había pasado por mail. Descubrí que a pesar de exótico, mantener la dirección española en mi CV no era nada práctico, ya que podrían pensar,y con razón, que postulaba desde allí. Mi bonito CV me lo había maquetado el gran Javier Artacho, por lo que para modificarlo me peleé con el ordenador toda la mañana, aun así lo conseguí y pensé que había dado un paso importante modificando la dirección a mi casa limeña: Calle Jirón Domeyer 105, Barranco, en detrimento de mi más que amado pasaje Manuel Calero “Calerito”.

Después de esto, decidí despejarme y salir de nuevo a correr. Pero esta vez, en vez de ir hacia el sur fui hacia el norte, por el malecón de Barranco hasta Miraflores. Vas recorriendo la línea de playa desde la parte de arriba del acantilado, por donde transcurre el malecón, sin duda uno de los mejores lugares donde puedes ir a pasear en Lima. Llegué hasta el Larcomar, este centro comercial antes descrito, y descubrí que por esa zona podía plantarme en Miraflores, que es donde la mayoría de colonia española en Lima vive, en apenas 20 minutos andando y por un lugar seguro. Cosa que me alegró bastante.

Por la noche era mi primer partido en Lima, al que me había invitado mi pata australiano. Como no, me pongo mis mejores galas, la camiseta de esta temporada del Córdoba, el año de jugar en primera.

Me presenté a los demás jugadores antes del partido, obviamente todos me preguntaron de qué equipo era mi camiseta y yo con un orgullo un poco absurdo pero real, les dije que del Córdoba, equipo de la primera división española de fútbol.

El partido fue algo peculiar, y no podía ser más internacional: un californiano, uno de Alaska, dos suizos, un croata, dos checos, un italiano, un francés, varios peruanos, mi pata australiano y yo, formábamos la contienda.

En la segunda o tercera pelota que toqué nada más empezar el partido marqué un golazo desde muy lejos de volea, a pase de mi pata. Nunca olvidaré ese comentario suyo tras el gol “you hit the ball perfectly” y así fue, le pegue genial, como casi nunca hago. Siempre he sido un jugador de fútbol de los malos, que enmascara su falta de técnica con empeño y velocidad, pero allí en esa pachanga era de los buenos, cosa que dice mucho en detrimento del nivel de los demás.

Una de las cosas que más me gustaron, además de la internacionalidad del evento, es que todos me llamaban Córdoba. Acababan de conocer a ese equipo y ya me habían bautizado con él, no sabéis el gozo que da que le llamen a uno por el nombre de su equipo y ciudad a más de 10.000 kilómetros de distancia gente de alrededor del mundo, y más si sabes que te considerarán “bueno” jugando. En resumen, disfruté como un enano.

Conocí a mucha gente jugando.

Al día siguiente, jueves de mi primera semana, de nuevo horas delante del PC postulando a empleos, había muchas ofertas de lo que yo buscaba, pero no parecía muy fructífero aquello.

Por la tarde había quedado con un gallego de La Coruña de nuevo para jugar a fútbol, esta vez con un grupo de españoles. Mi actuación fue más discreta, aunque, lo pasé bien y conocí a gente que era de lo que se trataba.

El viernes a la mañana la misma rutina con las postulaciones a las ofertas en las infojobs peruanas, por la tarde había quedado en ir a la Universidad Pontificia, donde mi compi alemán daba clases y me había averiguado un contacto, Jorge, alumno suyo, para que pudiese entrenar a lo que realmente se me da bien, el tenis de mesa.

Aquí surge una de las anécdotas curiosas con el tema de los vocablos. Jorge, mi contacto para ir a entrenar, me dijo que podía ir, pero que el entrenador era muy estricto en lo que a la vestimenta se refiere, y que era imprescindible que llevase calzado deportivo, pantalón corto y polo. Claro, yo iba a ir a un lugar nuevo, donde nadie me conocía y me estaban haciendo el favor de dejarme entrenar sin pertenecer a la universidad, por lo que me presenté allí con mis zapatillas de deporte, mi pantalón corto y un polo que tengo de la universidad de Córdoba que da un calor horroroso, y que no puede ser más incómodo para practicar deporte con la humedad limeña, pero era la única forma de ir como me habían dicho.

Cuando llegué allí y todos están en camiseta de manga corta descubro que polo para ellos es cualquier camiseta para uso deportivo, miraron algo raro mi polo, pero no me dijeron nada.

Entrené con algunos jugadores y el nivel era aceptable, usaban la pelota antigua y entre eso y la humedad ambiental no pude desarrollar mi mejor juego, aun así vieron que sabía lo que hacía cuando le daba a la pelota. El entrenador del equipo de la Universidad Pontificia, el míster Gabidia, me dijo que podía ir cuando quisiese, que las puertas estaban abiertas siempre para mí, cosa que me encantó y que es digna de mencionar y agradecer. De nuevo conocí a gente allí.

Con todo esto tuve más claro aún si cabe, que jamás en mi vida dejaré de practicar deporte fuese donde fuese.

Volví a casa en taxi desde la universidad y al llegar a mi barrio había un tráfico terrible, en Barranco había bastante ambiente los fines de semana y se colapsaba de coches, decidí bajarme algunas cuadras antes de mi destino e ir andando, no quería llegar tarde porque esa noche había quedado con unos españoles para tomar algo, el deporte esta genial, pero no nos engañemos, no todo va a ser correr, habrá también que beber.

Quedé con ellos gracias a Lara, una chica muy importante en mi estancia en Lima, ya que fue la que me acogió en el grupo que después sentí como mi familia allí.

La primera noche fue muy divertida y pensé que era un buen grupo con el que lo pasaría bien en Lima. No me equivoqué.

El sábado con un clima estupendo, bajamos a la playa y luego fui a dar un paseo en bici con mi compi alemán hasta el mercado de pescado en Chorrillos, donde un grupo de pelicanos daban buena cuenta de los restos que dejaban los mercaderes.

Fuimos por el “paseo marítimo” (siempre pongo entre comillas el término ya que cualquier parecido con un paseo marítimo de los que conocemos es pura coincidencia, solo me valgo para decir esto, que el “paseo marítimo” en su mayor parte es solo la acera de una de las autopistas más transitadas de Lima que va por toda la línea de costa).

”Vista desde el Larcomar, donde se aprecia ese peculiar “paseo marítimo” del que hablo.

Luego a la hora de comer fuimos a un centro comercial peculiar, que queda al lado de casa, creo que sólo podréis captar el grado de peculiaridad viendo una foto. Allí en uno de los puestos ofrecen un menú por  7 soles, poco más de dos euros. El menú consta de papas a la huacaína o sopa de primer plato y luego pollo con arroz o lomo salteado también con arroz de segundo, regado todo con chicha morada, una bebida refrescante hecha a partir de maíz morado. La calidad de la comida era aceptable, la cantidad era descomunal y todo por apenas 2€.

“Aparte de peculiar, tiene un nombre muy personal”

Por la noche fuimos a cenar al Burritos´Bar, piedra angular de mi dieta allí, quedaba al lado de casa y la quesadilla valía 15 soles, unos 5€, era de una calidad excelente y de una cantidad que costaba terminar el plato. En España sería imposible encontrar un mexicano así por ese precio.

Estas dos comidas las he citado para que sepáis que comer en la calle puede salir muy barato, si quieres por 2€ te alimentas bien con menú, y luego por 5€ puedes encontrar casi cualquier cosa que te guste de buena calidad. Y si algún día querías tirar la casa por la ventana, con 10€ comías lo que en España te costaría mínimo 20 o 30 €. Esto, unido al precio de los víveres en el súper hizo que la mayoría de mis comidas fuesen en la calle.

Para terminar la semana y esta segunda entrega de caminando por Sudamérica, el domingo hice una de las cosas más divertidas hasta el momento, era el último fin de semana de febrero y en mi barrio se celebraba el carnaval de Barranco. Básicamente, este consistía en salir a la calle a tocar instrumentos con arsenales de pintura para tirársela a todo el que se pusiese por delante, acabar en la playa tomando chelas y bailando al son de música en directo para reivindicar el uso público de la playa de Barranco. Por el camino en este carnaval me encontré personajes míticos.

”De carnaval con Chapulín”

Y así quiero terminar la entrada, la verdad que fue una semana muy ajetreada y fructífera a la par que grata y divertida. Al  menos en lo que a lo extra-laboral se refiere, a ver que me depara la siguiente.

Publicada originalmente el 05/04/2015*

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