Cuarta semana. Hechos acaecidos entre el dieciséis y el veintidós de marzo de 2015.
Con otro lunes comienza mi cuarta semana en Lima. Una agridulce sensación de nerviosa tranquilidad sacude mi cuerpo. Ya había conseguido trabajo y esto me tranquilizaba, ayer mismo me lo habían confirmado, tenía una oferta, la cuantía económica era muy justa, 2200 soles/mes (unos 700€) pero el puesto valía la pena, consultor tri-norma (Calidad, Medio Ambiente y Prevención de Riesgos Laborales).
Pero a la vez sabía de la dificultad de la burocracia peruana, de obtener mi carnet de extranjería, y pensaba que quizás, al ver las complicaciones para contratar a un español decidieran finalmente obstar por otro candidato. Y esto me ponía nervioso, quería firmar ya, quería asegurarme de que todo iba a salir bien, pero el asunto, llevaría su tiempo.
La empresa me contrataba porque tenía un gran proyecto en una zona industrial de la ciudad, San Juan de Lurigancho, hasta el momento no había oído hablar de ella, por lo que lo primero fue googlear para saber algo del lugar. Poco me aporto esta búsqueda, salvo que era el distrito más poblado de Lima con algo más de un millón de habitantes y que quedaba harto lejos de mi casa, como a hora y media tomando diferentes transportes públicos.
Mi compañera peruana completó esta información contándome que era un barrio bastante peligroso, ya que una de las mayores cárceles de Lima se encontraba situada allí. Yo no encontré mucha relación en esto, pero ella como autóctona tendría razón. Esto me desanimó bastante, no solo tenía que gastar 3 horas diarias en ir y volver del trabajo, sino que además la zona era peligrosa. Genial.
A pesar del desánimo, tenía claro que iba a aceptar, el puesto era interesante, y lo más importante, no podía permitirme el lujo de decir que no, mi tiempo en Lima era limitado y la cuenta atrás no se detenía.
Aun así no acepte inmediatamente, si algo he aprendido en este continente, es que todo se negocia, dije que me lo tenía que pensar ya que tenía otras opciones. Esto es media verdad al revés, que no es igual que media mentira, ya que había pasado la primera entrevista de las tres necesarias para otro puesto, y además esa misma tarde del lunes tenía otra entrevista con una empresa española en la que ya trabajé en Córdoba, y que disponía de oficinas en diferentes ciudades de Latinoamérica, entre ellas, Lima.
Por lo que esa misma tarde, me puse mis mejores galas de nuevo, tenía cita con el jefe de esta empresa, que casualmente se encontraba en la oficina de Lima.
Yo fui tranquilo, nada que ver con las entrevistas realizadas hasta la fecha, ya tenía trabajo, esto simplemente era para saber que me ofrecían y bueno, valorar luego. Yo ya lo conocía porque estuve un tiempo trabajando para ellos en su oficina principal que estaba en Córdoba, por lo que el trato era muy cordial y me sentía muy cómodo.
Me presentó a todos los integrantes de la oficina diciendo que quizás iba a ser su compañero, terminamos las presentaciones y bajamos a tomar un café.
Empezamos a hablar de generalidades, se interesó por la aventura que estaba llevando a cabo, me preguntó qué tal por Lima, como me iba por aquí y demás. Yo le conté que hasta ahora genial, me gustaba la ciudad, ya tenía piso y amigos e incluso una oferta de trabajo encima de la mesa.
Luego ya pasamos al quid de la cuestión, la conversación fue extensa, pero básicamente me dijo que si tenía algún reparo en irme de Lima a otra capital sudamericana, obviamente le dije que en Lima estaba bien, ya tenía mi vida ordenada y feliz, pero que después de haber hecho tantos miles de kilómetros con solo ropa e incertidumbre en mi maleta, no me iba a cerrar a nada, que me contase.
Entonces empezó diciendo que la oficina en Lima no tenía flujo de clientes suficiente para contratarme, que la cosa estaba un poco parada en el país, pero que en Bogotá D.C tenían otra oficina, que estaban teniendo muchos proyectos, y que necesitaban a alguien para que se quedase allí un tiempo, formando parte de la oficina de Colombia. Esto fue impactante la verdad, apenas sabía nada de Colombia, es más, siempre la descarté en mis quinielas de países destino para comenzar esta aventura. Pero claro, no iba a aceptar ni rechazar nada por el momento.
El siguió, me comentó que me pagarían el vuelo hasta Bogotá, que mi salario iba a ser de 2.500.000 pesos colombianos (unos 900€), y que en caso de decir que sí, ese mismo domingo tendría que volar para allá, porque había una trabajadora española de la empresa que se volvía en dos semanas a España, y quería que me diese la transición. Casualmente esta chica era Loles, una amiga que fue compañera de clase en la facultad, cosa que me generaba confianza. Yo aún un poco confuso por todo lo que acaba de suceder, le dije que tenía que pensarlo, me dijo que claro, además él iba a hablar con la oficina de Colombia proponiéndoles esto, y para que fueran obteniendo información sobre la manera de contratar a un español por si acaso, quedamos en vernos en dos días, el miércoles, ya con una decisión tomada.
El trabajo era de consultor para su software informático, yo tendría que adaptar este a medida para que los clientes manejasen sus sistemas de gestión de Calidad, Medio Ambiente y Seguridad Ocupacional de una manera automatizada, desde nuestra herramienta tecnológica.
Volviendo a mi casa tenía un lio importante en mi cabeza, estaba intentando asimilar lo que acababa de ocurrir, lo que tenía sobre la mesa, lo que podía cambiar mi vida otra vez, cuando ya estaba asentado en Lima.
Decidí coger un taxi, irme para casa, poner orden en mis pensamientos e intentar decidir con claridad.
Al llegar a casa le conté todo el asunto a mi compañero Ben, mi compi alemán, él sin pensarlo me dijo que era una buena oportunidad, que tenía amigos en Bogotá y que era una magnífica ciudad, nada que ver con la fama que tiene en Europa, las cosas habían cambiado harto los últimos años, y su habitabilidad no tenía nada que envidiar a Lima. Yo algo escéptico por el conocimiento de mi compi sobre una ciudad en la que solo había estado 4 horas durante la escala de un vuelo, decidí como no, googlear, y además preguntarle a Juan, un compañero de mi Erasmus en Polonia, de origen colombiano y que cambió hacía un par de años Madrid por Bogotá. Fue de gran ayuda conocer a alguien autóctono, que supiera dar respuestas a mi curiosidad.
Yo tenía sólo la referencia de los 2.500.000 de pesos que iba a cobrar, pero no sabía que tal estaba en nivel de vida en Bogotá. Juan me dijo que con ese sueldo podía vivir bien, sin muchos lujos pero tampoco sin pasar ninguna penuria. Me comentó que la ciudad era más tranquila y segura de lo que nos vendían por la TV, obviamente no dejaba de ser una capital de 9 millones de habitantes y tenía sus zonas, como cualquier ciudad grande que se precie, y por ello debía tenerle respeto, pero no miedo. Le dije la dirección de la oficina donde iba a trabajar, me comentó que era un buen barrio, que si vivía por ahí no tendría problema. Él vivía en un barrio cercano, apenas a 20 min en bus, cosa que me tranquilizó y me gustó bastante, me hizo sentir que tendría a alguien cerca.
Ya con la información de primera mano de alguien que vivía allí podía empezar a decidir con más criterio, como era aún una opción remota decidí no contárselo a nadie, salvo a mi familia, que los cité a Skype al día siguiente, martes. La noche fue casi en vela, tenía demasiado en que pensar, pero la balanza cada vez parecía más decantarse por el cambio, por marcharme a Bogotá.
El martes empezó con esta conversación, donde le expuse a mis progenitores la situación como una posibilidad, la sorpresa no fue pequeña, como es obvio. Mi madre con seguridad dijo ”¿pero vas a decir que no, no? “ Y yo, para sorpresa de ella le comenté que probablemente diría que sí. Esto quizás no fue la mejor noticia que recibió en algún tiempo, pero era normal, la entendía perfectamente, ya bastante disgusto era la idea de que hubiese decidido marcharme a Sudamérica casi con una mano delante y otra detrás, como para que ahora, que ya tenía piso, amigos, trabajo y sabía que estaba bien en Lima, le dijese que me iba a Colombia, con lo mal visto que está este país en Europa. Mi padre ayudó bastante comentándole que Colombia había cambiado mucho en los últimos años, y que estaba muy bien ya, que era un país como otro cualquiera, y además, tenía razón.
Como todas las decisiones personales que he tomado en mis 26 años de vida, fue totalmente aceptada, respetada y apoyada por ellos. Por más o menos que les gustase algo que hubiese pensado hacer con mi vida, siempre han estado ahí para apoyarme, cosa que es de agradecer enormemente.
Una vez comunicada esta posibilidad, ya cada vez la veía más cerca, había pensado mucho en los pros y los contras, y en mi mente se libraba una batalla en la que las armas eran los siguientes argumentos.
Los contras de mi marcha:
- Ya tenía trabajo en Lima, que era mi propósito.
- Tenía un piso genial, con unos compañeros maravillosos, y en un barrio que me encantaba.
- Este piso estaba a un dulce paseo de 5 minutos de la playa.
- Había conocido a mucha gente que me habían acogido como uno más, se podía decir tranquilamente que ya tenía amigos allí.
- El clima en Lima aunque caluroso para algunos, con mi sangre sureña, me encantaba.
- Perú, en general era un país que me atraía mucho más que Colombia en casi todo, pero principalmente a la hora de viajar por él.
- El trabajo que me ofrecían en Lima, me interesaba algo más que el que me ofrecían para Colombia, la diferencia era pequeña, pero ahí estaba.
Los pros para mi marcha.
- La idea con la que llegué a Lima, el objetivo, lo mejor que me podía pasar era encontrar trabajo en una empresa que tuviese alguna sede en España, para facilitar mi vuelta en un futuro. La oficina principal de la empresa estaba en Córdoba, mi ciudad natal, la realidad superaba a mis mejores pronósticos en este sentido.
- El sueldo era mejor en Bogotá, en Lima estaría muy justo con la cantidad que me ofrecían, vaya que no podría mantenerme sin tirar de ahorros.
- Conocía a la empresa y tenía algunos amigos allí, sabía que era de confianza, por lo que la incertidumbre en la contratación desaparecía.
- Ya había estado un mes en Lima, la había conocido, había vivido allí como uno más, sin saber que tenía fecha de caducidad, era una oportunidad para conocer otra gran capital sudamericana, para seguir empapándome de este gran continente.
- Uno de los aspectos que más me apasionan de esta vida es su condición azarosa, desde el entrecruzamiento cromosómico que determina la base de nuestro ser, hasta la cara que sale de una moneda al viento. Esta condición hace a la vida más divertida y apasionante, sin saber por qué inescrutable camino nos llevará. No creo en el destino, ya que el aspecto azaroso no deja de ser una parte complementaria de nuestra actitud o comportamiento, de lo que depende en gran medida. Pero si las cosas llegan así de esta manera, quién era yo para negarme.
Tras estudiar los pros y contras que tenía sobre la mesa lo tuve claro, tenía que irme, la decisión estaba tomada, mi próximo destino iba a ser Bogotá.
La noche del martes le comuniqué la buena nueva a todos mis patas peruanos, que se alegraron y me animaron a seguir con la aventura. Era una pena tener que dejarlos la verdad. Quedamos en hacer una despedida en mi terraza para el jueves.
Al día siguiente, el miércoles, a la mañana me llamaron del puesto en Lima, en el que había pasado la primera de tres entrevistas, para realizar la segunda. Aunque ya tenía la decisión tomada dije que sí, ya que no estaba al 100% confirmada mi marcha a Colombia.
El miércoles por la tarde de nuevo me vi con el jefe de la empresa, me comentó que ya había hablado con la oficina de Colombia y que sí, todo estaba cerrado si aceptaba. Acepté, le dije que sí, que me iba, así que concretamos, me dijo que compraban esa noche el vuelo y listo.
Lo que hay desde la confirmación de mi marcha, hasta que me fui solo fueron despedidas y poco más, eventos no muy dignos de contar, aunque la causa sea alegre, la despedida siempre es amarga.
El sábado, durante el día de antes de mi partida, que era el domingo temprano, de madrugada. Fui a hacer turismo, llevaba un mes en la ciudad y apenas la había visto, nunca tuve la percepción de que me iba a marchar tan pronto, siempre pensé que aquello iba para largo y que ya tendría tiempo de verla. Esa tarde pasé por el Larcomar, donde coincidí con la puesta de sol, preciosa estampa, metáfora de que Lima se acababa. Que comenzaba algo diferente.
Llegó el domingo y con el mi partida, de nuevo con todas mis maletas volvía a entrar a un aeropuerto, esta vez con la seguridad de tener un trabajo bajo el brazo, pero también con curiosidad y nerviosismo sobre lo que un nuevo país me deparaba.
En el aeropuerto El Dorado, ya en Bogotá D.C me esperaba Loles, mi compañera de trabajo y una de las pocas cosas positivas de mi primera semana en Bogotá.
Otra de las cosas positivas que tuve en mi primera semana en Bogotá fue la Ciclovía, llegue el domingo temprano en la mañana, y me encontré aquello, utilizaban unas calles enormes, algunas de las arterias de Bogotá, para tener un maravilloso carril bici que cruzaba la ciudad de norte a sur. Esto estaba enfocado al uso de la bicicleta, y como buen amante de este deporte me encantó. También iba gente simplemente paseando o corriendo, era una estampa maravillosa en general.
Para resumir decir que mi primera semana en Bogotá fue un infierno, dormía en un hostel en el que compartía cuarto con un chico venezolano que además de llegar tarde en la madrugada, roncaba como un auténtico cochino y no me dejó dormir en varios días. Tenía mi ropa en la maleta guardada con llave, cada vez que me duchaba o cambiaba para ir al trabajo era un auténtico coñazo, no veas como eché de menos mi casa en Lima.
Esa semana conocí a Mónica, una amiga de mi pata peruano Mikel, fue muy amable y me presentó las primeras personas en Bogotá.
El proceso fue duro, incluso cuando conseguí piso seguía pensando si tome una buena decisión al cambiar a Bogotá. La adaptación fue más compleja de lo que hubiese querido y no todo fue tan rodado como lo fue en Perú.
Hoy, mientras escribo estas líneas tres meses después de mi llegada a Bogotá, me siento genial, sigo acordándome de mis patas peruanos, de mi bonito piso y del genial barrio donde se ubicaba. Pero aquí he vuelto a tener la suerte de conocer a gente maravillosa, que me han acogido y que ya son mi familia colombiana. Bogotá quizás no sea tan amigable como Lima, pero tiene su encanto, si sabes encontrarle a la vida su lado positivo siempre habrá luz después del túnel.
Mis aventuras acaban aquí, se termina Caminando por Sudamérica, la sección que he regentado y que me ha permitido compartir con tod@s vosotr@s esta aventura. Hoy ya mi vida, aunque en Sudamérica con tantas cosas nuevas y diferentes a lo que siempre estuve acostumbrado, no deja de ser una vida más, de esas en las que las personas se levantan y trabajan durante todo el día hasta que llega el fin de semana, me ocurren cosas divertidas y apasionantes aún, pero ya no son para este blog, ya deje de caminar para asentarme. Ya terminé el sendero.
Me despido saludando y agradeciendo enormemente a todas las personas que han seguido mis aventuras, que se han tomado un rato para leerlas, no dejaré de escribir, solo que se cierra una etapa y se abrirán otras. La vida nunca deja de sorprendernos.
Publicada originalmente el 29/06/2015*